Libro de visitas, historias de fantasmas, de Leanne Shapton (Comisura) Traducción de Ana Flecha Marco | por Óscar Brox
He aquí un libro-objeto. Una obra que funciona como collage de materiales, como recopilación de objetos, lugares e historias y, fundamentalmente, como un brillante ejercicio de observación y sensibilidad. Leanne Shapton es escritora y artista plástica; lo segundo, quizá, justifica que gran parte de su escritura se produzca a través de las imágenes. Aquí la autora recoge pedazos, casi, sin nombre ni fecha, imágenes perdidas o desechadas, y propone una historia para acompañarlas. El punto de partida es claro: observar qué es eso que aparece cuando se mira atentamente una fotografía. Lo que brota, lo que comienza a tomar forma y a convertirse en una narración puramente ficcional que es capaz de despertar en nosotros esa fascinación tanto por lo que ya no está como por las cosas que han sobrevivido a esa ausencia.
Puede que Libro de visitas, historias de fantasmas sea la clase de obra que no es necesario empezar desde la primera página. Que se puede leer en un vistazo rápido o con toda la atención puesta en cada detalle. En cierto modo, se trata de un libro que se ramifica en cada una de las secciones que lo componen, historias todas ellas autónomas que hablan de vacíos, ausencias, melancolía y fascinación por todo aquello que despierta nuestra extrañeza. Mi debilidad, por ejemplo, es el relato de Billy Byron, jugador de tenis marcado por la ansiedad y un potencial nunca desarrollado que acaba desvaneciéndose en medio de un bosque nevado. La historia es sencilla, todas las de Shapton lo son; lo que hace que destaque es su capacidad para hacer hablar a las imágenes. Para reconstruir, evocar o fantasear esa pizca de vida que le proporciona otro sentido a unas fotografías tomadas de aquí y de allá. Que traza la curva hacia la caída de Billy o que muestra los pies de cama -al final del episodio unas notas organizadas explican la naturaleza misteriosa de cada una de ellas- en los que lo sobrenatural se ha manifestado de extrañas maneras, como ausencia o como presencia de lo extraño.
La inventiva a propósito de la selección de imágenes es inagotable. Se puede contar una historia a través del papel con motivos navideños, bucear en los recuerdos aciagos de una familia marcada (Peele House), proponer un diagrama con los movimientos o los planos de una vivienda cuya distribución explica los terrores nocturnos de sus propietarios. Y, por supuesto, también hay lugar para cierto sentido del humor, como en ese recorrido fotográfico en el que Edward Mintz multiplica su presencia en diferentes actos en distintos lugares el mismo día del mismo año. Shapton inventa historias a partir de trajes, sueños o criaturas marinas. Nos introduce en diferentes poéticas –Natura morta podría funcionar como una cadena de imágenes subidas a Instagram con su número de likes acompañando la historia, otra manera de decir que prácticamente cualquier medio, hoy día, es capaz de narrarnos algo- y juegos, siempre recreándose en las posibilidades del medio y en ese regusto a vieja artesanía con el que, suponemos, está construido el libro. No en vano, esa es la palabra: construcción. Recolección. Juntar y armar otras vidas para imágenes antiguas, perdidas o sin conexión, como quien tiene la oportunidad de componer un cadáver exquisito. Todo ello, con la firme vocación de reflexionar sobre las capacidades expresivas, pero también sobre eso que late en la imagen -Barthes, seguramente, lo habría expresado mejor- y que es semilla para encontrar otras vidas en ella.
De Georgehythe Place, quizá una de las historias más tradicionales, pasamos a esa inquietante muestra de paisajes interiores con vistas a un lago. Silencio y soledad. Una historia cuenta la desaparición de un lugar mientras la otra arranca ya mismo desde un lugar desaparecido. Otro tipo de fantasmas. como los de esas fotos de piscinas tomadas desde el enrejado en las que los rostros de diferentes épocas enseñan sus gestos congelados. Ya son espectros, Shapton juguetea con sus vidas tratando de descifrar todo lo que les sobrevivió.
En Libro de visitas, historias de fantasmas no faltan las sábanas, los paisajes crepusculares pintados y los lamentos en prosa. Una galería completa de impresiones sobrenaturales con las que su autora juega para devolver esa curiosidad perdida y para plantear, asimismo, que lo que es fuente de nuestra desazón también puede serlo del consuelo. La cuestión es saber mirar, escuchar el latido de las imágenes y cómo ponen en palabras esas historias que, por muchas ausencias que las surquen, han dejado algo de vida en ellas.